martes, 3 de octubre de 2006

Mi princesa

Podría decir que todo comenzó cuando nació Andrea. Pero no es así. Todo comenzó mucho, mucho antes. Quizás cuando nací, quizás antes. Dios tenía preparado un regalo para mí. Un regalo que pocos recibimos, que pocos tenemos la suerte, y que como todas las cosas valiosas se debe cuidar con mucho esfuerzo, con dedicación, con delicadeza, con mucho amor. Y como es tan grande el regalo, ha cambiado mi vida.
Yo tenía una familia normal, un buen matrimonio, una hija, una profesión… pero quedaba un lugar libre en la mesa y queríamos que lo ocupara otro hijo. Después de 7 años, y de un embarazo difícil nació por fin esa personita. Antes, cuando nos dijeron que era una niña supimos inmediatamente su nombre, no lo inventamos, no lo buscamos, sólo lo supimos. Andrea Paz.
Nos dijeron ¿Paz? Va a ser un torbellino… y así fue, un torbellino en la vida de todos nosotros.
Mientras la esperaba comenzó a crecer una gran pregunta en mí, ¿por qué mi vida ha sido tan fácil? Crecí sin problemas, no pasé frío, no pasé hambre, tuve mucho amor, estudié, me casé, tenía una hija… todo se daba bastante fácil. Algo pasaba, algo tenía que cambiar, esto debía ser una preparación para algo, ¿qué vendría? ¿qué pasaría en mi vida? También en esos días observé la palma de mi mano, junto a la línea de la vida tenía otra línea, como si hubiera otra vida junto a la mía….
El doctor programó el nacimiento sin saber que era el día de mi cumpleaños: ¡sería un regalo del Cielo!
Finalmente nació. Todo aparentemente normal, pero yo sentía un aire extraño en el equipo que me atendió.
-¿Qué pasa? -pregunté. -Nada, está todo bien, -y conversaban y reían.
Pero yo sentía algo… Finalmente me dijeron: ‘tiene el síndrome de Down’. No entendí mucho en ese momento, no sabía nada de eso. Mi familia entera lloraba, yo era la fuerte, hasta que días después caí. Lloraba mucho, no creía cuando algunos que ya habían pasado antes por lo mismo me decían que había sido bendecida. Pensaba que lo decían por consolarme. ¡Qué equivocada estaba! Pasaría mucho tiempo para que yo también lo sintiera.
El Cielo hizo que muchos años antes conociera a una amiga, y que hasta hoy lo seamos. Ella viajó más de 500 kms para estar conmigo ese día, y fue la primera en guiarme en este nuevo camino. Había estudiado educación diferencial. Gracias a ella nos contactamos con Unpade, y fue una mamá de una niña con síndrome de Down a verme a la clínica, a contarme todo lo que ella sabía. Nunca la olvidaré. Gracias Loreto. Así supe de los primeros pasos que debía dar.
Andrea crecía y crecía, y yo también lo hacía. Se abrió un mundo nuevo para mí. Entendí por qué todo había sido fácil hasta ese día, por qué la línea paralela a mi línea de la vida. Conocí a mucha gente buena, gente que ayuda sólo por amor.Gracias a Dios mi hija era absolutamente sana, lo que permitió que comenzara su estimulación a los 13 días de vida. Han pasado ya casi 11 años, y nunca ha dejado de estudiar, de aprender, de recibir apoyo de todos.
Cuando tuvo como 2 años comenzó además a ir al Jardín Infantil. Sus avances me hacían llorar a veces, tanto me emocionaban. Ella era muy capaz, muy esforzada, todo lo quería aprender, todo lo quería hacer sola. Así caminó al año y medio. Así avanzó y avanzó. Sólo en el lenguaje se notaba un retraso más significativo. Como a los 3 años comenzó a hablar, no tan claro como otros niños, pero lentito, lentito ha ido avanzando.
Egresó finalmente del Jardín, venía una nueva etapa, el colegio, ¡el temido colegio!Primero ingresó a un colegio maravilloso, chiquito, donde recibían niños especiales en todos los cursos. La educadora inventaba formas de estimularla, la llevaba al supermercado para enseñarle los colores, por ejemplo. Llenaban el carro de cosas rojas, de cosas azules…. Pero el colegio cerró.
Comenzó la dura tarea de buscar otro colegio. ‘No, nosotros no trabajamos con esos niños’. ¡Esos niños! ¡Como si hubiera diferentes clases de niños!
Yo había estudiado en las Madres Dominicas, mi hija mayor estudiaba allí, mi sobrina también, mi hermana lo había hecho, mi mamá había sido una apoderada ejemplar, amiga de las monjas… era el colegio ‘de la familia’, y yo lo quería y lo quiero mucho. Me daba miedo preguntar si recibirían a Andrea. Si no lo hacía, si también hablaban de ‘esos niños’ sería tan grande mi dolor que no quería enfrentarlo, no me sentía capaz. Un día pensé ‘hoy es el día, hoy voy’, y fui a hablar con la directora. Me dijo que debía consultarlo, que el colegio no tenía experiencia, que todos debían estar de acuerdo, que preguntaría a la congregación. ¡Finalmente me dijo que si! ¡Aceptarían a Andrea!
Entró a Pre-Kinder. Una experiencia nueva para todos. Para ellos, para Andrea, para mí. Y para su hermana, Paula. Ella también tenía miedo: ¿Qué dirán mis compañeras? ¿se reirán de mí por tener una hermana especial? No fue así, todos la querían. El curso que le tocó es una maravilla, desde el primer día papás y alumnos la han aceptado y la han querido, quizás demasiado porque le aceptan a veces mucho más de lo que debieran.
Ya está en tercero básico. El colegio se ha portado maravillosamente. Pero sigue siendo la única niña con síndrome de Down. Todos le aceptan demasiado, le aceptan sus rabietas y travesuras, más que al resto de los niños. No es bueno, porque ella saca partido de eso, y se permite más cosas que fuera del colegio. Lo entiendo porque no saben cómo tratarla a veces, sienten que por ser especial deben tratarla en forma especial, y no es así, debe aprender reglas como todos, ella vivirá en el mundo de todos, y debe hacerlo lo más normal que pueda.Esto hace que yo siempre tenga miedo, que siempre esté abierta a que un día se cansen y me digan que ya no la recibirán más, que no son capaces, que altera al resto….
En este colegio trabaja mi amiga, la que me acompañó el día que nació, ¡ella enseña a Andrea!, y Dios preparó esto desde mucho antes que naciera!
Andrea nació en estos tiempos de cambio, del nacimiento de la integración. Hasta los 8 años más o menos el camino a seguir estaba más o menos claro: estimulación, jardín, colegio…. Pero después no veo nada claro. No sé hasta cuándo pueda seguir en el colegio (ellos tampoco lo saben), hasta cuándo pueda seguir con sus compañeros. Es un camino que vamos inventando día a día.
Cuando me asusto por el futuro recuerdo un psicólogo al que le dije que esto me complicaba, que no sabía si la llevaba por el camino correcto. Me dijo algo tan simple y tan sabio!
-¿Qué quiere ud. para su hija? -Que sea feliz -le respondí -¿Y cómo la ve? Es una niña feliz o triste? -Feliz -le dije. -¡Entonces, lo ha hecho bien! Cuando vea que se aleja de esto, entonces vea cómo remediarlo. Ahora está bien, no se preocupe, lo ha hecho bien!¡Tan simple y tan tranquilizador que nunca más lo visité!
Ahora me enfrento a nuevas etapas con ella. Con mi otra hija no ha sido fácil (¿qué adolescente lo es?), pero hay más modelos, hay más experiencia. Con Andrea no es así, soy yo muchas veces la que debo enseñarle al resto, y yo sé casi por instinto, no por experiencia mía ni de los demás.
Andrea está entrando en la pubertad, y ¡tengo tantas dudas! ¿Cómo será su adolescencia? ¿Cómo le explico más de la vida? Su desarrollo en algunos aspectos es el de una niña mucho menor, pero en otros va de acuerdo a su edad cronológica. Razona como una niña mucho menor de lo que es, pero siente como su edad. Está en la etapa de las princesas, ella se cree una. Y también me sorprende a veces, como unos días atrás que jugaba con sus Barbies, y tenía una pareja y aparecía ‘la otra’ en la relación, y se peleaban las dos mujeres… ¡glup! ¡toda una teleserie! ¡Mi niñita, la niña inocente jugando así!
¿Cómo manejar su sexualidad? Ella tendrá todos los impulsos normales, ¡pero interiormente es una niña! ¿Cómo hacer que no sufra por esto? ¿Podré evitar que la hagan sufrir, que alguien se aproveche?
Además la veo sola, sus compañeros crecen y maduran mucho más rápido, se alejan día a día. Necesita pares, amigos. Los compañeros la quieren mucho, la ayudan, la protegen, pero es la única niña diferente en su grupo. Ella aún no lo sabe, pero llegará el día en que sí lo sepa. Ese día necesitará amigos, más que compañeros que la protejan.
Quizás yo vea todo desde mi perspectiva, desde mi ‘normalidad’ y ella no lo sienta así, ojalá.
¿Qué pasará cuando yo ya no pueda protegerla, cuando yo ya no esté? Paula dice que Andrea vivirá con ella, pero tampoco quiero que sea una obligación, que sea una carga.
Tengo que prepararla para que sea ‘querible’, para que el que la cuide lo haga con agrado, con amor, porque la quiera, y no porque deba hacerlo solamente. ¡Pero qué difícil es! Y, como todo lo que cuesta en la vida, la recompensa es mayor.Me hace vivir milagros día a día. Fue un milagro el día que se sentó, el día que caminó, el día que comenzó a hablar, el que ahora ya sepa leer, escribir, ¡hasta multiplicar!
Con ella no hay metas, todo llega de regalo. No hay metas ni techos. No sabemos hasta dónde llegará. No importa si lee de corrido o no. No importa si aprende las tablas o no. No importa si sabe de geografía o biología. Ni si sabe inglés o francés. Sólo importa que sepa vivir en el mundo de los ‘normales’, que en realidad es el mundo de todos aunque lo olvidemos. También es SU mundo.
Quisiera, como queremos todos los papás, que mi hija sea feliz, que tenga su espacio, el que le corresponde, que encuentre su camino, que reciba mucho amor (ella lo devuelve aumentado), que no tenga que pedir por favor un espacio sino que ocupe simplemente el suyo, como una más en su mundo, en el mundo de todos, no el mundo de los ‘normales’.
Alguien dijo que todos somos discapacitados en uno u otro aspecto, algunos más que otros. Algunos vemos mejor o peor, oímos mejor o peor, somos más o menos sanos, somos más o menos inteligentes, más o menos buenos…Si alguien ‘normal’ un día pierde un dedo, una mano o un pie ¿deja de ser ‘normal’? Las personas con síndrome de Down nacieron con un cromosoma extra, esa es toda su ‘no-normalidad’. Son personas, con sentimientos, con gustos, con pensamientos, con derechos, con obligaciones. Debemos recordar siempre que el mundo es de todos, de los rubios, de los morenos, de los narigones, de los que tienen síndrome de Down, de los ciegos, de los jóvenes, de los viejos, de los enfermos, de los sanos……
También debemos comprender a los que no lo saben aún. Nosotros tampoco lo sabíamos antes, no teníamos conciencia de ello. No debemos juzgarlos, debemos enseñarles, mostrarles un mundo más grande del que conocen.
Esa es nuestra tarea.



1 Comentario

Anónimo nos dejo lo siguiente...

Maravillosa tu historia de vida, sólo las madres somos capaces de entender el inmenso amor que podemos compartir con nuestros hijos.
Solo ese amor nos puede guiar en la educación y crianza ya que todos aprendemos cada día con ellos.
Pienso que es importante estimular en ellos la necesidad que tengan una profesión que les permita ser independientes en el aspecto económico, pero también es fundamental estar con ellos, apoyarlos y enseñarles a pararse cada día y seguir adelante ante las dificultades, abrazarlos mucho y que sientan que tienen nuestro amor incondicional.
Todos tenemos temores, al igual que tú y no queremos que nadie los haga sufrir, lamentablemente ellos vivirán su propia vida y muchas veces no podremos intervenir en sus decisiones y quizás no podamos evitar que sufran, pero es la vida y unos con más dificultades que otros finalmente seguimos adelante.
Pero hay algo que yo siento que mis hijas y yo nunca vamos a olvidar y son esos abrazos y besos que nos damos, llenos de amor tan profundo y sincero, creo que las madres estamos llamadas a amar a nuestros hijos solo por lo que ellos son y nada más.

Miriam.